Después de haber representado a inmigrantes hispanos en los últimos 30 años en mi práctica, y escrito sobre los inmigrantes irlandeses en los últimos 10 años en nuestra publicación anual irlandés, estoy literalmente ofendido por los actos de los adolescentes renegados del distrito de la escuela del Patchogue-Medford, que profanaron nuestras calles del pueblo con su presencia maligna. Repetidamente, he encontrado comparaciones entre las historias que mi abuelo y sus compañeros inmigrantes vivieron en la búsqueda de empleo en los primeros años del siglo XX: “Los Irlandés Necesitan No Aplicar,” y la retórica hueca que en la actualidad se hace eco de Brownsville, Texas a Farmingville, Nueva York y más allá: “Estas Personas Están Tomando Empleos de los Americanos.” El adagio de “Cuanto más cambian las cosas, más se quedan igual” realmente suena en casa.
El 8 de noviembre, siete jóvenes en concierto entre ellos defraudaron la expectativa que América se había deshecho de la intolerancia. Los jóvenes se dispusieron a demostrar su hombría entre sí, ejecutando una actitud depravada para demostrar entre sí que eran valientes. En cambio, han demostrado al mundo que son cobardes sin cerebro, sin corazón. ¿Quién podría haberlos criado a ser lo que son? En este día, en este lugar, tengo que preguntarme quién pudo haber hecho estos jóvenes tan cobardes sin conciencia, y ahora cobardes sin una vida a la que nunca jamás podran mirar hacia adelante.
Aquellos quienes permanecen en silencio lo permiten. Debemos elevar nuestras voces para que sean escuchadas con claridad y firmeza que la intolerancia ignorante tal nunca debe ser tolerada. Tenemos que recordar a los fiscales y encargados de hacer cumplir las leyes de que los ojos de una comunidad, de una nación y de hecho el mundo, se centran en el Condado de Suffolk.
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